Errantes caminábamos por el mundo, no teníamos paz en nuestro corazón, estando enfermos fuimos curados y gracias a Dios por hacerlo, pero fue alto el precio; el hijo, el Unigénito hijo de Dios (Jesucristo) tuvo que ser el pago por nuestras transgresiones, sin duda un precio muy alto. Nadie mas podía pagar ese alto precio, nadie mas podía recibir toda la ira de Dios, ira ilimitada, toda Su sangre iba a ser derramada, no quedaría ni una gota, la palabra dice “sin derramamiento de sangre no hay redención”.
“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados.” Hebreos 9:22
¿Podemos preguntarnos como la sangre del Cordero prometido iba a ser derramada?
Jesucristo, el Dios encarnado, fue tomado por los romanos, hombres sanguinarios despiadados clavaron Sus brazos a un madero de cerca de 80 kg el cual también llevó camino al Calvario, el Cordero expiatorio llevó todos nuestros pecados, el prometido de Isaías fue escupido, fue lacerado, su corona de espinas fue incrustada en su cerebro pero no perdió el conocimiento, sufrió el dolor mental, el dolor espiritual, el dolor físico y no desistió.
Él iba a cumplir su propósito, llevó todas nuestras enfermedades, cerca de 59 azotes recibió que coincide con el número de enfermedades no transmisibles. La muerte de Cristo, debido al tremendo pecado que llevamos, le quitó comunión con Su padre; muchos murieron como Él a lo largo de la historia pero ninguno tuvo que padecer la soledad, el abandono del Padre para su vida y no por el pecado propio, sino por el pecado de todos nosotros los que no merecíamos nada.
Cuando murió, el pago de nuestro pecado en sustitución por un Jesucristo Santo satisfizo la justicia y la ira de Dios, se cumplió por todos los elegidos, la sentencia de muerte desapareció, gracias a ese sacrificio en la cruz es que hoy podemos decir que somos compramos por Su sangre y fuimos reconciliados con Dios.
Corazones transformados por Cristo 